martes, 26 de diciembre de 2006

Más fascinantes aventuras de Borja, rebelde quinceañero

A Borja le encantaban los días como aquel; oscuros, nublados, con lluvia y sin el más mínimo atisbo del sol. Se sentía como uno de los protagonistas de las canciones de los Manowar, en la que cualquier orco le podía acechar en la penumbra teniéndole que derrocar con espadas y el poder del metal. Sin embargo, era un cagón. No veía más que películas posmodernas llenas de cielos azules y sonrisas edulcorantes y felices ya que las de miedo le aterraban. Incluso ET le causó determinados traumas de niño (y siendo ya no tan niño). Esta cobardía y debilidad natural le han jugado más de una mala pasada. Todavía recuerda el año en el que se fue de Halloween con sus colegas jebis. La velada, en principio, parecía ideal; todo tipo de jebi y variantes metaleras sonando en unos altavoces del copón y, además, una película de vampiros ambientada en la Edad Media. Por si algún productor de cine me está leyendo: para conquistar al público jebi y conseguir que respeten los cánones de la propiedad intelectual no tenéis más que hacer cientos de películas con oscuridad, ambientada en el medioevo, con algún que otro chupa- sangre suelto y, a poder ser, guitarras machacones durante los títulos de crédito. Éxito asegurado. Borja, después de tan tenebrosa y siniestra sesión, estaba verdaderamente acojonado. Ya ni siquiera pensaba en intentar tirarse a Ana, la jebi de más higiénica apariencia (lo cual no es decir demasiado) y a la que, por el momento, no se ha tirado el barrio entero, sólo medio. Simplemente, en esos momentos tenía los huevos donde Don Fernando. Se mascaba la tragedia. Y sucedió. En mitad de la noche, mientras dormitaba y soñaba con dragones y los Kiss rescatando a una apuesta jebi, los nervios de su subconsciente asustadizo le traicionaron. Su cerebro dejó de tener el control sobre su recto. Se cagó. En las sábanas del Ché Guevara, de uno de sus mejores colegas, Ángel. Ese descuido fecal le costó caro; durante mucho tiempo sus compañeros jebis le consideraron un pijo traidor que se había infiltrado en ellos. Incluso se rumoreaba que era fan de La oreja de Van Gogh. Calumnias, nada más que calumnias.


A menudo solía tener broncas con su padre a la hora de desayunar. Su padre, aristócrata obrero de honrosa reputación, no veía con buenos ojos los desvaríos pseudo- hippies de su hijo. Borja todavía recordaba la discusión que tuvo con su padre hace no demasiados días por los kellogs. Resulta que su padre se empeñó en que Borja se comiera los kellogs bañados en miel que la sirvienta ya le había preparado, pero Borja no paraba de cansinear (una de sus aficiones preferidas) con que se negaba a colaborar con la globalización comiendo alimentos de una perversa multinacional. Al padre se le hincharon bastante los cojones, la verdad, porque no dejaba de ser curioso que Borja le dijera eso, cuando estaba completamente enganchado a la Coca- Cola. Y comprendiendo al fin que su hijo era tonto y no entendía más que el lenguaje de las hostias, le tuvo que dar un guantazo. Borja se acojonó bastante, aunque la hostia no le dolió en exceso (estaba más que acostumbrado a ser utilizado como saco de boxeo en el instituto por una legión de canis delgaduchos que andaban con las piernas abiertas). Pero, como de costumbre, se acobardó y bajó la cabeza cual condenado en el pelotón de fusilamiento. Aún así se fue sollozando a su cuarto que eso era maltrato y que lo iba a denunciar por ser un represor fascista. Más tarde Borja se arrepintió bastante de aquello, ya que en realidad lo único por lo que quiso darle la murga a su padre fue porque en lugar de los kellogs bañados en miel quería los que están bañando en chocolate. Y es que están más ricos, dónde va a parar.

Pero aquel día gris y oscuro era una dulce melodía de balada jebi en su corazón. La penetrante y chillona voz de Chus (que recordemos, por enésima vez, que ha estudiado en una academia de canto y era profesor, cualidad que por lo que se ve le convierte en el mejor cantante de toda la historia) penetraba hasta el más recóndito lugar de sus entrañas, sus sentimientos se acumulaban a una velocidad similar a los solos de los AC/ DC. Esa tarde había quedado con una chica. Y ni siquiera era jebi, era una muchacha tierna, limpia y virgen. De las pocas que quedan ya, por cierto. Se puso sus mejores galas para quedar con la desdichada chica. Se puso sus vaqueros medio rotos, la palestina, las botas negras y su mejor camiseta de los Led Zeppelin. Incluso se puso gomina! Desde luego, las mujeres nos cambian. Había quedado en una tetería, ya que era uno de los pocos lugares en los que se permitía fumar canutos, y Borja quería impresionar a la muchacha demostrándole lo alternativo, rebelde y duro que es. Los cantantes jebis son duros y dicen que follan más que quieren, así que siendo duro algo follaría. Deducción lógica de parvulario. O al menos eso pensó Borja.


Borja llegó con aproximadamente media hora de antelación. Por el camino iba escuchando las mejores baladas de los Mago de Oz, para poder decirle algo bonito a la muchacha, haciéndolo pasar por creación suya. Le costó convencer a su padre de que le comprara otro mp3, así que cada vez que se cruzaba con un latinoamericano lo escondía un poco con grandes dosis de disimulo. Pese a esos prejuicios subconscientes, seguía llevando su chapita de “Anti- racista 100%”. Qué duro es ser rebelde a veces. Ella llegó con 10 minutos de retraso. Borja estaba incluso más nervioso que el día que Extremoduro tocó en su pueblo, y no sabía de qué hablar. La animadversión común de las mujeres hacia él le había provocado un obstinado pánico hacia ellas. Así que al principio estuvo bastante callado, mientras la muchacha pensaba en cuánto se cagaba en el sentimiento de pena que le había conducido a quedar con él. Al cabo de un rato, ya en la tetería, Borja dijo de hacerse un peta, para relajarse y demás. Ella aceptó, ya que pensó que al menos iba a sacar algo de todo ese martirio tedioso. A Borja le temblaban las manos más que el día aquel que, por tonterías rutinarias, un policía le pidió el DNI. El primer intento de peta acabó desparramado por el suelo y con Borja rojo como un tomate echándole la culpa a la iluminación del local, que no le permitía ver bien lo que echaba. El segundo corrió la misma suerte. El tercero también. Al fin al cuarto intento, y con la muchacha ya mandando desesperadamente sms a sus amigas para que le llamaran y poder irse, salió algo parecido a un canuto, que en fin, se podía fumar. Con la primera calada a Borja le dio un ataque de tos tal que la dueña de la tetería estuvo al borde de llamar al 112. A la tercera ya se lo pasó a la muchacha, no por cortesía ni afán de compartir sino porque, como tantas otras veces en su vida, era consciente de que estaba haciendo el ridículo. Así que se puso un poco gallito y chulo y le dijo a la dueña del local que vaya mierda de garito y que no se podía ni fumar petas a gusto. Salió de allí echando leches porque la dueña había llamado a su hijo, para que Borja le mostrará a él sus implacables opiniones sobre el establecimiento. Borja le dijo a la muchacha que porque pasaba de movidas, que si no le hubiera abierto la cabeza. Era su oportunidad de demostrar, verbalmente claro, que era duro y no la desaprovechó. Estuvieron media hora más juntos antes de que la muchacha consiguiera huir aludiendo que tenía que cuidar a su hermano pequeño. Borja, gracias a la autogestión mental de pensar que se había fumando un canuto más que por éste en sí, estaba bastante más suelto y gracioso. Bueno, en realidad simplemente decía algo más que monosílabos, como lamentablemente sucedía al principio de la cita. Y esa media hora que les restaba junto se dividió en los siguientes temas de conversación, iniciados todos ellos por Borja:

Primeros diez minutos: Rol, jebi y las hostias que le hubiera dado al hijo de la dueña de la tetería

Siguientes diez minutos: Jebi, rol y alguna que otra mención a la paliza que estuvo a punto de meter esa tarde

Últimos diez minutos: El puñetazo que le hubiera metido al hijo de la dueña del local, rol y jebi.


Borja llegó a casa más contento que unas pascuas, aunque con el gesto serio y firme que le caracterizaba (había que aparentar ser duro y estar siempre cabreado). Estaba convencido de que había triunfado en su cita y que cada vez estaba más cercano el día en el que perdería la virginidad con algo más aparte de su mano y las revistas que ponía en forma de tubo y penetraba. Se puso a estudiar nuevas estrategias del Magic y a escuchar a Barricada a toda hostia. Menudo Casanova, este Borja.

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