martes, 26 de diciembre de 2006

Homenaje onanista: Las tetazas

Las echo de menos. Qué queréis qué os diga, es pensar en ellas y venirme millones de recuerdos a la cabeza: jugar a fútbol en el callejón, los capítulos molones de Dragon Ball en Antena 3, mis primeras pajillas, las putadas memorables que le gastaba a una niña muy extraña que vivía cerca de casa de mi abuela... (tengo constancia de que aquella niña ahora es una yonqui prostituta, sin embargo de pequeña ni un mísero revolcón, oye). Y es que era ir al kiosko a comprarlas y florecer en uno mismo una sensación de tensión y morbo que ni el intentar ver las pelis codificadas de los viernes en el Plus. Yo siempre iba con un amiguete, ya que me daba vergüenza ir solo a comprar semejante obscenidad, amén de que no quería parecer demasiado promiscuo y que el kioskero pensara que buscaba algo más, que de degenerados llenito está el mundo. Entrabas y ya era ponerte rojo como un tomate y te templaba la voz y se te escapaban absurdas risitas cuando las pedías, como a muchos de vosotros cuando intercambiáis un par de palabras inocuas con alguien del sexo opuesto. Sí, leyéndolo aquí puede parecer que es que éramos simplemente gilipollas, pero el recuerdo de la pérdida de la inocencia en el transcurso desde la infancia a la adolescencia y el fin definitivo de la virginidad con mi mano bien se merecen un recuerdo tierno e idealmente enaltecido y embellecido. Aunque bueno, quitando el tema nostálgico- moral, también es cierto que me dejé mucha pasta, demasiada pasta, mejor dicho, en algo que luego, al fin y al cabo, no eran más que dos tetas que ni siquiera se veían bien (las escenas de mi amigo arrimando la vista cual obsceno depravado hasta medio dedo del cromo no me las he podido quitar de la memoria todavía, desafortunadamente). Probablemente, sin todo ese dinero dilapidado y derrochado superfluamente a día de hoy ya tendría un bonito coche con el que aumentar mis relaciones sociales con las mujeres. Si es que son todas unas guarras, joder.


Como los creadores de las tetazas eran bastante avispados y conocedores de la idiosincrasia española (en ningún territorio del mundo una mierda de cromos con tías que parecían de calendarios ochenteros de taller mecánico podía tener éxito, excepto en España), sabían de sobra que los jóvenes españoles solemos ser más tontos de lo normal, por lo tanto dotaron al producto de un mecanismo simple y sencillo que hasta el más deficiente era capaz de comprender y saber usar (aunque también lo engañaba, el chaval se llevaba la falsa concepción de que es él el inteligente. El tiempo, más adelante, le demostraría lo contrario, con toda seguridad). Por supuesto no faltaron los casos de chavalines que no sabían cómo se usaba (ya de jóvenes el germen de la idiotez se deja ver en los ulteriores canis y mascachapas). El más común de todos era aquel en el que nuestro tonto de turno se empeñaba en que se le vieran las tetas a la tía a base de arañar el sujetador; el cromo acababa siempre destrozado pero con el joven todavía encabezonado con que era así como se le despojaba del sujetador (de mayores a muchos nos pasará lo mismo, al dejarnos nuestras novias y seguir empeñándonos en follar con ellas. Todas unas guarras, eh, resentidillos del mundo?). Había otros casos en los que diversos jóvenes afirmaban con vehemente seguridad métodos para que se les pudieran quitar también las bragas y dejarlas en pelotas definitivamente (que ya les vale, qué más les daba quitarse también las bragas? (porque sí, amigos, las bragas han existido, antes de que los tangas invadieran las ya de por sí calenturientas mentes de las mujeres) ). Yo probé uno de esos métodos, el cual no describiré por resultar demasiado obsceno incluso para vosotros, acostumbrados a las prácticas y lecturas más degeneradas e impúdicas. No funcionaba. Esos mismos hijos de puta son los que luego lanzaron al mundo el bulo de lo de Ricky Martin en el programa de la Gemio. Me parece que a día de hoy trabajan en los servicios informativos de Antena 3.

Como ya sabéis, amigos onanistas, el método era frotar con saliva el sujetador de la tía que salía en el cromo y ¡tachán! Tetas al aire. Para muchos fue la primera vez que veíamos unas (para muchos de los que me leéis sé que ese momento todavía no ha llegado y que, probablemente, jamás llegará. Jódanse) y, siendo sincero, la verdad es que me decepcionaron un poco. No sé, tampoco es que me esperara algo especial en concreto, pero coño, tanto oír hablar de ellas, de compañeros de clase creando verdaderas operaciones planificadas y estratégicas para conseguir vérselas a su madre o su hermana... que luego, al tenerlas ante mi vista por primera vez (aunque fuera en formato “cromo”) pues me llevé una pequeña decepción, semejante a la que se llevó este año Ramoncín* en el Viña Rock. Por supuesto, más tarde, ver unas en vivo y en directo, sin mediación de papel alguna, mejoró bastante la cosa y no deja de ser curioso que lo que hacemos de pequeños sea de mayores el objetivo que supedita nuestra existencia: de pequeño chupar un cromo para ver las tetas de una tía, de mayores intentar chupar tetas para follarse a una tía. Todo lo importante en la vida se consigue chupando, muchas mujeres lo saben bien. Porque el caso era eso, los chavales no nos chupábamos el dedo y lo pasábamos por el sujetador, no, eso era de maricas, nosotros pillábamos los cromos y pasábamos la lengua por donde se debía pasar (algunos de los cromos de mis amigos estaban incluso descoloridos, de tantas y tantas veces que los muy onanistas habían pasado la lengua por los senos impresos de la golfilla en cuestión) imaginando, además, que en lugar de chupar un cochino cromo fabricado con productos de dudosa calidad estábamos chupando los pechos a alguna de esas buenas mujeres. Lamentable, sí, pero no nos engañemos, tú hubieras hecho lo mismo.


Las tetazas se extendían por toda la juventud, era una forma lúdica y didáctica de que los chavales nos gastáramos el dinero que nos daban nuestras abuelas. Era una iniciación a la arcana y antiquísima práctica del onanismo (de la cual nosotros somos fervientes acólitos). Los chavalines ya ni íbamos a los recreativos a viciarnos como iniciáticos ludópatas al Dynamite Cop. Pero, como siempre, hay a algunos cabrones a los que todo lo que sea hermoso les jode. Los mismos que fueron responsables de que se retirara “Farmacia de guardia” o de que Imanol Arias se convirtiera en “actor”. Porque determinados papis beatos y salvaguardadores de las buenas costumbres del país, que tenían 42 hijos y hostias a la parienta de vez en cuando, montaron en cólera censora en cuanto descubrieron que sus hijos se gastaban el dinero en semejante grosería de dudosa catadura moral. No podían consentir que sus primogénitos vieran más tetas con 10 años que ellos en toda su vida. Y empezaron a llover las quejas sobre el inofensivo y ameno producto. También recuerdo, haciendo inventario de tocapelotas, una niña en mi clase, arquetípica guarra de pose pseudo- feminista, que decía que si hacían eso para los chicos que hicieran lo mismo pero para las chicas, mezclando la saliva en los calzoncillos de hombres que cuanta más pinta de visigodos tuvieran mejor que mejor. Me consta que de mayor hace realidad ese sueño de manera asidua. Pero, en realidad, no fueron los tocapelotas los que acabaron con las tetazas. Fueron el aumento de alcance de la difusión de las revistas pornográficas y la llegada de la televisión de pago (Canal Plus, vamos) los que le robaron todo el encanto morboso y prohibido a las tetazas. Esa inocencia con la que se perdía la ídem que suponía comprar las tetazas en cualquier kiosko fue sustituida por los desproporcionados pechos de (ponga cada uno aquí el nombre de su actriz porno favorita) y el descomunal órgano fálico de Rocco Sifredi. Pese a ello, las tetazas son el reflejo exacto de toda una época; de un tiempo en el que los jóvenes aún nacíamos con algo de inocencia y la íbamos perdiendo poco a poco, con los métodos más triviales, mundanos y enternecedores. Ese romanticismo de recordar todavía a un joven chaval, comprando sus tetazas para ver por vez primera unas tetas e ir adentrándose en el mundo del sexo, yendo pasando de niño a adolescente, se agudiza en mí todavía más al ver como ahora los chavales nacen ya con un condón bajo el brazo. Porque, por mucho que pasen los años, son todas unas guarras.



*Ramoncín es un payaso propiedad de la SGAE.

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