martes, 26 de diciembre de 2006

Las fascinantes aventuras de Borja, rebelde quinceañero


Mientras se ponía su camiseta de Los Ramones, Borja ya sabía, con una clarividencia absoluta que iba a ser un gran día. Había una manifestación anti- fascista y él, como persona revolucionaria, no podía perdérsela. Era la vigésimo séptima manifestación de ese tipo que se convocaba en menos de un mes y Borja no faltó a ninguna. La verdad es que él nunca sabía el motivo real de las manifestaciones, ya que se guiaba porque en el cartel convocante salieran los términos “anti” y “fascista”. Esta mezcla entre falta de comprensión y desidia desembocaron en la graciosa anécdota de encontrarse una tarde rodeado de cabezas rapadas que se manifestaban contra el separatismo. Salió con dos costillas rotas, por lo cual no pudo jugar al Warhammer durante dos meses. Cuando llegó a la plaza donde daba comienzo el recorrido reivindicativo a Borja le entró una vena heroica que agudizó su rebeldía y se atrevió a levantar la cara a uno de los antidisturbios. La agachó enseguida, porque se dio cuenta de que el agente estuvo a punto de verle a él también. Todo transcurría alegremente, todos cantaban consignas (Borja se equivocó un par de veces, por lo que otros dos chicos con camisetas de Blind Guardian y Bob Marley entablaron una jocosa, primero, y didáctica amistad; les unían la rebeldía y la pasión por los juegos de rol y el jebi). Pero de golpe todo se fue a tomar por culo (aserto y sentencia favorita de Borja, homenaje inconsciente a uno de sus guías luminosos y notable “libre pensador”: Robe). Empezaron las hostias. Borja tiene un ligero sobrepeso (escuchar jebi mientras se pintan las figuritas del Dungeons and Dragons es lo que tiene), por lo cual sabía que corriendo no iba a evitar a los maderos. En un nuevo envite de heroísmo y entrega revolucionaria, haciendo honor a sus dos mártires más adorados, el Ché Guevara y el grupo vasco- subversivo- abertzale- no se entiende una mierda lo que cantamos, SA, se quedó petrificado en el sitio, esperando la llegada de las hostias. Que, por cierto, no tardaron en llegar. Y como ser gordo no es sinónimo de estar fuerte (hay todavía mucha gente que confunde ambas cosas, sobre todo cuando el gordo es uno mismo, pero es un prejuicio absurdo, sino Aramís Fuster sería una de las personas más fuertes del mundo (lamento mucho el haber provocado, con toda seguridad, el recuerdo de la parapsicóloga- esperpento social en tanga) ) al primer porrazo se fue al suelo y perdió la conciencia. Que sí, que antes de la hostia algo tenía.


Su estancia en el cuartelillo fue breve, porque su padre ya había salido de la Central Nuclear, de la cual era subdirector general, y no tardó demasiado en pagar la insignificante fianza. Para Borja el estar detenido supuso una vorágine de sensaciones solo comparable a cuando leía alguno de los comunicados- poemas- mierda mística que escribe el subcomandante Marcos. Por una parte tenía miedo de estar allí encerrado, sin ni siquiera internet con una conexión decente. Por otra estaba muy emocionado pensando, imaginando y teniendo alucinaciones húmedas (que vuelva el LSD!) al haberse convertido, sin duda alguna, en la personifcación de la rebeldía agudizada hasta el paroxismo, en lo mucho que iban a flipar sus compañeros cuando les contara la represión estatal que estaba padeciendo en sus carnes. Bueno, más que nada pensaba en que así quizá ligaría algo más, porque para qué engañarnos, Borja no folla demasiado. Siendo completamente sinceros, es virgen. Y eso que una vez estuvo a punto de cepillarse, con El ultimo ke zierre de fondo, a una joven de 14 años fumada y bebida. Pero se puso tan nervioso que tuvo un gatillazo y estuvo durante tres semanas deprimido y con una obsesión nihilista tal que estuvo a punto de pasarse al movimiento gótico. Gran parte de culpa de su carencia de éxito con las mujeres es de la trágica ausencia del sexo femenino (y de sexo en general) en los juegos de rol, unido eso a que el jebi no parafrasea a Becker, precisamente, pese a que a Borja le gusta señalar a las baladas jebis como magnas obras poéticas de una belleza mística (especialmente admira las de Mago de Oz, los cuales tras sorprendernos y magnificar nuestra mísera existencia con épicas baladas y óperas- rock no tardarán en sacar una zarzuela- jebi, palabrita de Chus, Mari Tormes y Jesús de Chamberí, la santísima trinidad de los jebis patrios del S. XXI)

La verdad es que tampoco tenía demasiados amigos. Su pelo largo, sus gafas, su obesidad mórbida y sus aficiones (rol, jebi) lo hacían acollejeable. Él pensaba que al pasarse a la moda jebi eso iba a cambiar, pero se equivocaba. Los rockeros eran macarras en los 80 y décadas anteriores, luego éstos fueron sustituidos por frikis amantes del rol. Que quede claro esto de una vez: Ser jebi ya no es malote, coño. La actitud de Borja tampoco ayudaba en exceso a su integración, ya que iba de listillo, y los listillos no suelen gustar (espero que Sánchez Dragó tome nota de mis palabras) diciendo que la música que les gustaba al resto eran “mierdas comerciales” y que el no era “un borrego más”. Al decir eso, el cani de la clase, el cual sólo había entendido “borrego” de la frase, le dio una buena colleja. Así Borja descubrió que el cliché prepotente de los jebis podía llegar ser nocivo para su bienestar.

Su padre le castigó dos meses sin dejarle leer a Lovercraft y sin poder ir a las manifestaciones anti- taurinas. Y además no impresionó a ninguna tía con la historia de su detención (y eso que Borja añadió ficticias historias de torturas, pero el transcribir literalmente párrafos de temas de Kortatu para explicarlas hizo que la gente le ignorara todavía más). La sociedad, a ojos de Borja, se tornaba cada vez más injusta y tiránica.

El castigo no desanimó a Borja, él no era un cualquiera, era un anti- sistema. Así que, saltándose el imperativo castigo de su padre, pilló un libro de Lovercraft, el MP3 repletito de canciones de Manowar y se fue a la calle. Se encontró con un inmigrante por la calle y sintió una sincera y profunda rabia cuando observó que una mujer mayor, anciana, miraba mal al susodicho ecuatoriano. Ahí volvió a darse cuenta de lo poco preparada que está la sociedad para la anarquía, en la que todo el mundo será libre y feliz. La verdad es que se quedó un buen rato mirando al inmigrante. Jamás había visto ninguno, ya que por la urbanización en la que vivía no solían haber. Ello no impedía a Borja acudir a todas las manifestaciones reclamando papeles para todos, defender a capa y espada la integración, la multiculturalidad, el mestizaje (la idea original siempre fue de Borja y otros rebeldes quinceañeros, pese a que los cerdos globalizadores de Benneton se la hayan apropiado vilmente). Tanto se quedó mirando al ecuatoriano que al final a éste no le quedó otra que atracar a Borja. Éste, sorprendido, intentó dialogar con el inmigrante atracador llamándolo “compañero sudamericano”, lo que le costó una hostia. Eso se llevó, aunque se quedó sin libro y sin mp3 (el libro acabó en la basura y el mp3 formateado apenas 5 minutos después). Borja siguió caminando dándole vueltas a la cabeza a los problemas sociales que provocaba la exclusión y que llevaba a los pobres inmigrantes a la senda de la delincuencia cuando volvió a sentir una emoción rebelde que ni escuchando los discos de Iron Maiden. Estaba ante un semáforo, en rojo. Pensó en un panfleto que leyó, de los que repartía la CNT en las manifestaciones a las que acudía. “La autoridad es el origen de todos los males, nosotros somos anti- autoritarios” decía. Y allí estaba él, obedeciendo a la autoridad de un jodido semáforo (que, además, era obra del Ayuntamiento, por lo tanto del Estado). Se sabía toda la discografía de Ska-p y sin embargo se detenía por algo tan trivial como un semáforo en rojo. Se preguntó que haría el Ché Guevara en su situación (llevaba una chapa de él en la chaqueta, por supuesto) y, con el doble bombo de Slayer vibrando en su cabeza, cruzó la calle mirando al frente. Acabó en el hospital.



En la foto podemos ver a Borja (el de la camiseta de los Guns) junto a los compañeros que conocíó en la manifestación, antes del trágico accidente vial.


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